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transportadme!
Se transportó de nuevo a la abuela, y toda la comitiva, escoltandoel sillón, descendió por la escalera
tras ella.
El general iba atontado, como si hubiese recibido un garrotazoen la cabeza. Des Grieux meditaba. La
señorita Blanche quiso primeramente quedarse, pero luego juzgó oportuno seguir a los demás. A suzaga
venía también el principillo; sólo el alemán y la señora viuda deCominges se quedaron en la habitación
del general.
CAPITULO X
Probablemente, en los balnearios y en los hoteles de toda Europa,cuando el gerente destina una habi-
tación a los huéspedes, se guía másque por los gustos de ellos por su opinión personal acerca de la
cuentaque podrá hacerles pagar. Pero Dios sabe por qué se destinó a laabuela un alojamiento cuya
suntuosidad no dejaba nada que desear:cuatro habitaciones magníficamente amuebladas, con sala de
baño,dormitorios para los criados, para la camarera, etc. En efecto, estashabitaciones habían sido
ocupadas, una semana antes, por una granduquesa, lo que se apresuraron en poner de relieve a la
nueva huéspeda, con lo cual les daban más valor a esos departamentos, para justificar, así, su elevado
precio.
Se transportó, o más bien, se paseó a la abuela por todas las habitaciones, que ella examinó con la
más rigurosa atención. El oberkellner, hombre calvo, de edad ya madura, la acompañaba condeferencia
en aquella inspección preliminar.
Ignoro por qué razón todo el mundo tomaba a la abuela por persona de elevado rango, y sobre todo
riquísima. Se inscribió en el registro: "Madame la générale, princesse de Tarassevitchev", aunque
laabuela no había sido jamás princesa.
Los criados que la acompañaban, la masa imponente de su equipaje, paquetes inútiles, maletas, valijas
y hasta cofres, dieron pie aaquella suposición. Luego, el sillón, el trono de la abuela, sus preguntas
desconcertantes, hechas con perfecta despreocupación y en untono que no admitía disculpa, en fin, su
persona franca, brusca, autoritaria, terminaron de granjearse la consideración general.
Al pasar aquella revista, la abuela hacía detener el sillón, designaba algún objeto del mobiliario y hacía
preguntas inesperadas aloberkellner, que sonreía respetuoso, pero ya con cierto temor.
Se expresaba en francés, lengua que hablaba bastante mal, demanera que yo tenía que traducir muy a
menudo sus palabras.
Las contestaciones del oberkellner parecían no agradarle muchoy las consideraba insuficientes. Por
otra parte, sus preguntas eran verdaderamente fantásticas. Por ejemplo, se detuvo delante de un
cuadro,copia bastante mala de un original conocido, de asunto mitológico.
- ¿De quién es este retrato?
El oberkellner replicó que, sin duda, se trataba de una condesa.
- ¿Pero, cómo? ¿No lo sabes? Vives aquí y no estás al corriente.¿Qué hace aquí este retrato? ¿Por
qué tiene los ojos bizcos?
El oberkellner no podía responder de un modo satisfactorio a todas estas preguntas, y hasta se
aturullaba.
- ¡Vaya imbécil! -dijo la abuela, en ruso.
La llevaron más lejos y la inspección continuó. La misma escenase repitió ante una estatuita de Sajonia
que la abuela examinó largotiempo; luego la hizo quitar, no se sabe por qué. Finalmente, hizo lasiguiente
pregunta al oberkellner:
- ¿Cuánto han costado los tapices de la habitación? ¿Dónde hansido tejidos?
El oberkellner prometió informarse.
- ¡Qué bobos son! -murmuró la abuela, cuya atención se habíaconcentrado en la cama-. ¡Qué suntuo-
so pabellón! A ver, deshaganesa cama.
Fue obedecida.
- ¡Todo, quítenlo todo! ¡Las almohadas, el edredón también!
La abuela miraba con atención.
-Bueno, felizmente, ya veo que no hay chinches. Quite las sábanas. Poned mis sábanas y mis almoha-
das. Todo esto es demasiadolujoso. ¿Qué he de hacer, a mi edad, en semejante habitación? Meaburriré
mucho aquí. Alexei Ivanovitch, ven a verme a menudo, después de darles la lección a los niños.
-Desde ayer no estoy ya al servicio del general -contesté-; vivo enel hotel, completamente aparte y por
mi cuenta.
- ¿Por qué? ¿Cómo es eso?
-Pues porque hace unos días llegó a Berlín un barón alemán,muy distinguido, con su esposa. Le hablé,
en alemán, ayer, en el paseo, sin observar la pronunciación berlinesa.
-Pero, ¿qué paso?
-Pues que consideró eso como una impertinencia y se ha quejadoal general, el cual me despidió ayer.
-Debes haber injuriado al barón, sin saberlo, pues por lo que mecuentas no veo que haya para tanto...
- ¡Oh, no, es él quien me amenazó con el bastón!
-Y tú, calzonazos -exclamó ella, apostrofando al general-, tú hasdejado tratar así al preceptor de tus
hijos, ¡e incluso le despides! ¡Quévalientes sois todos!
-No se inquiete usted, tía -replicó el general en un tono de familiaridad arrogante-. Sé dirigir por mí
mismo mis asuntos. Además,Alexei Ivanovitch no le ha relatado los hechos exactamente.
- ¿Y tú cómo has soportado esa injuria? -me preguntó ella.
-Quería provocar al barón a un duelo -contesté con aire modestoy tranquilo-, pero el general se
opuso.
- ¿Por qué te opusiste? -insistió la abuela, dirigiéndose al general-. Y en lo que se refiere a ti, mucha-
cho, puedes retirarte, vendráscuando te llamen -dijo al oberkellner-; es inútil que permanezcas aquícon
la boca abierta... ¡No puedo soportar este pasmarote nuremburgués! [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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