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esto y lo otro, pero no saben nada. ¿Quién ha contemplado de cerca cada manchita de
estos cuadros? Y con la esponja se golpeó el pecho, y luego se inclinó sobre mí,
hablándome en susurros aunque estábamos solos en el largo pasillo.
Te voy a contar un secreto que ninguno de ellos conoce, ¡y yo me cuento entre ellos!
Por cortesía, le dije que me gustaría verlo.
Lo estoy buscando, y cuando lo encuentre te diré dónde. Ellos no lo saben, y por eso
los limpio a todas horas. Hasta podría haberme retirado, y todavía sigo aquí, y trabajo
más horas que ninguno, excepto quizás Ultan. Éste no puede ver el cristal del reloj. El
anciano soltó una carcajada larga y quebrada.
Tal vez puedas ayudarme. Aquí hay actores que han sido convocados para el tiaso.
¿Sabes dónde se alojan?
Algo he oído dijo dudando . La Sala Verde es como la llaman.
¿Me puedes llevar allí?
Negó con un movimiento de cabeza.
Allí no hay cuadros, por eso nunca estuve, aunque hay un cuadro de esa sala. Ven
unos pasos conmigo. Encontraré el cuadro y te lo indicaré.
Me tiró del borde de la capa y yo lo seguí.
Preferiría que me presentaras a alguien que pudiera llevarme allí.
También puedo hacer eso. El viejo Ultan tiene un mapa en algún lugar de esta
biblioteca. Su muchacho te lo traerá.
Esto no es la Ciudadela le recordé de nuevo . A propósito, ¿cómo llegaste aquí?
¿Te trajeron para limpiar estos cuadros?
Así es, así es. Se apoyó en mi brazo. Todo tiene una explicación lógica y tú no lo
olvidas. Así tuvo que ser. El Padre Inire me necesitaba para limpiar los suyos, y aquí
estoy. Hizo una pausa, pensando. Espera un poco. Estoy equivocado. De chico tenía
talento, eso es lo que debería haber dicho. ¿Sabes? Mis padres siempre me animaron a
dibujar, y yo lo hacía durante horas. Recuerdo que una vez me pasé todo un día soleado
pintando con una tiza la parte posterior de nuestra casa.
Un estrecho pasillo se había abierto a nuestra izquierda, y me empujó por él. Aunque
no tan bien iluminado (de hecho, estaba casi oscuro) y tan estrecho que no era posible
mirarlos a la distancia correcta, estaba lleno de cuadros mucho más grandes que los del
pasillo principal, cuadros que iban del piso al techo, y cuya anchura sobrepasaba la de
mis brazos extendidos.
A juzgar por lo que veía, parecían muy malos, simples brochazos. Le pregunté a
Rudesind quién le había dicho que debía contarme cosas de su niñez.
Pues el Padre Inire dijo, levantando la cabeza para mirarme , ¿quién va a ser?
Bajó la voz. Senil, eso es lo que dicen. He sido visir de no sé cuántos autarcas desde
Ymar. Ahora guarda silencio y déjame hablar. Te encontraré al viejo Ultan.
»Un artista, un verdadero artista vino a donde vivíamos. Mi madre, orgullosa de mí, le
enseñó algunas cosas que yo había hecho. Se trataba de Fechin, el propio Fechin, y el
retrato que me hizo cuelga aquí hasta hoy, mirándote con mis ojos castaños. Yo estoy
sentado a una mesa con algunos pinceles y una mandarina encima. Me habían prometido
dármelos cuando terminara de posar.
Creo que ahora no tengo tiempo de verlo le dije.
Y así me convertí en artista. Bien pronto me puse a limpiar y a restaurar las obras de
los grandes artistas. Dos veces he limpiado mi propio retrato. Es extraño, de verdad te lo
digo, lavarse la propia carita como si tal. Estoy deseando que alguien se ocupe ya de
lavar la mía, quitando la suciedad de los años con una esponja. Pero no es eso lo que te
llevo a ver, sino la Sala Verde que tú buscas, ¿verdad?
Sí dije ávido.
Bien, justo aquí hay una representación de ella. Échale un vistazo. Cuando la veas,
la conocerás.
Señaló hacia uno de los anchos y toscos cuadros. No representaba ninguna sala en
absoluto, sino que parecía un jardín, un jardín de placer bordeado de altos setos, con un
estanque de nenúfares y algunos sauces movidos por el viento. Un hombre
fantásticamente vestido de llanero tocaba allí una guitarra, al parecer a solas. Detrás de
él, unas nubes furiosas atravesaban un cielo sombrío.
Después puedes ir a la biblioteca a consultar el mapa de Ultan.
El cuadro era uno de esos ejemplares irritantes que se disuelve en meras manchas de
color si uno no lo puede ver entero. Di un paso atrás para tener una mejor perspectiva,
después otro...
Al tercer paso, me di cuenta que tenía que haber chocado contra la pared detrás de mí
y que en cambio, me encontraba dentro del cuadro que había ocupado la pared de
enfrente: una oscura sala con antiguas sillas de cuero y mesas de ébano. Di media vuelta
para mirarla, y cuando me volví de nuevo, el pasillo donde había estado con Rudesind
había desaparecido, y en su lugar había una pared cubierta con un papel descolorido y
viejo.
Había desenvainado Terminus Esi sin proponérmelo conscientemente, aunque no
había ningún enemigo al que pudiera golpear. Cuando estaba a punto de probar la única
puerta de la sala, ésta se abrió y entró una figura vestida de amarillo. El corto pelo blanco
que le nacía de la frente redondeada lo tenía peinado hacia atrás, y su cara casi podía
haber sido la de una mujer gorda y cuarentona. En el cuello, una ampolla con forma de
falo de la que yo me acordaba le colgaba de una fina cadena.
¡Ah! dijo . Me preguntaba quién había llegado. Bienvenida, Muerte.
Con toda la compostura de que fui capaz, le dije: Soy el oficial Severian, del gremio
de los torturadores, como ves. Entré involuntariamente, y a decir verdad te estaría muy
agradecido si me explicaras cómo sucedió. Cuando me encontraba en el pasillo de fuera,
esta sala no parecía ser más que un cuadro. Pero cuando retrocedí uno o dos pasos para
mirar la pintura de la otra pared, me encontré aquí. ¿Con qué artes se hizo eso?
Con ninguna dijo el hombre vestido de amarillo . No puede decirse que las
puertas disimuladas sean un invento original, y lo único que hizo el constructor de esta
sala fue encontrar un modo de disimular una puerta abierta. Como ves, la sala es poco
profunda. En realidad, es menos profunda de lo que ahora mismo ves, a menos que te
hayas dado cuenta de que los ángulos del piso y del techo convergen, y que la pared del
fondo no es tan alta como aquella por la que entraste.
Ya lo veo dije, y en realidad así era. Mientras él hablaba, esa engañosa sala, que a
mi mente, acostumbrada siempre a las salas comunes, le había parecido de tamaño
normal, se fue convirtiendo en ella misma, con un techo inclinado y trapezoidal y un piso
trapezoidal. Las propias sillas que estaban contra la pared por la que yo había penetrado
eran objetos de poca profundidad, sobre los que uno apenas podía sentarse; las mesas
no eran más anchas que simples travesaños.
En los cuadros, estas líneas convergentes engañan a la vista continuó diciendo el
hombre del vestido amarillo . Así, cuando las encontramos con la realidad, con un poco
de bulto y el artificio añadido de una iluminación monocromática, la vista cree que
contempla otro cuadro, sobre todo cuando ha estado acondicionada por una larga
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